Viaje a la mente asesina de “la bestia”, mi encuentro con Luis Alfredo Garavito

INTRODUCCIÓN
Libro 192 Niños Asesinados. Confesión y Captura de Luis Alfredo Garavito “La Bestía”. El Gran Fracaso de la Fiscalía -Este encuentro tuvo lugar en la cárcel de Villavicencio, antes de su traslado a una cárcel de máxima seguridad en Valledupar-
Al caer la tarde su celda recibe la sombra de la garita principal, su cautiverio está tan cerca de los guardianes como de la calle, a diez pasos largos para ser exactos. Luis Alfredo Garavito puede ver todos los días quién entra y quién sale del penal, se entretiene observando cómo se abren y se cierran las puertas de color azul claro.
Y ahí estaba yo, frente a los guardias de la cárcel judicial del Distrito de Villavicencio, dejando el celular y mi cédula, para visitarlo de sorpresa.
De haberle avisado que vendría a verlo, no estaría relatando este encuentro: odia a los periodistas, pues afirma que lo han tratado sin consideración, razón para evitar al máximo este tipo de visitas pero él es caprichoso y selectivo, “… de pronto recibe a uno que otro. . .“, me dijo el director de la cárcel.
Su única ventana no tiene barrotes, y la puerta de su cautiverio, menos. En realidad, su celda es una pequeña y antigua bodega de granos, adaptada especialmente para él, lejos de los pabellones, en la zona administrativa del penal y justo al lado de un teléfono público. La puerta verde, de metal delgado, siempre permanece cerrada por fuera con un sencillo candado.
Desde allí me vio, al correr sutilmente la cortina para que yo no lo notara, pero no hacía falta, nunca me lo hubiese imaginado recluido ahí.
Quizás los únicos conscientes de la peligrosidad de “la Bestia”, escondida en su piel de cordero, sean quienes lo investigaron, unos cuantos funcionarios judiciales que se han leído los 500 folios de su confesión y yo. Por eso no lo imaginaba en aquel cuartito, con mínimas medidas de seguridad.
En todas las cárceles de Suramérica existe un lugar para los presos poco conflictivos, aquellos que buscan alejarse de la ley del hampa, de los caciques en el interior de los pabellones. Algunos presos ‘distinguidos’ o con recursos económicos pagan por ser llevados allí, otros se ganan el traslado al lugar por buena conducta, y hombres como Luis Alfredo Garavito porque literalmente lo picarían en pedazos al dar el primer paso en los patios de la cárcel.
Sin embargo, “la Bestia” tiene una característica adicional, poco y nada coincidente con su alias; “es un reo de disciplina intachable”, asegura el coronel (r) Filiberto Salcedo. Por ello es tratado con alguna consideración, Cuando él pide permiso para caminar, un guardia está autorizado para abrir el candado y acompañarlo. En compañía del sargento, los fines dé semana, Garavito se pasea frente a la oficina del director de la cárcel o con el guardia Bejarano los días hábiles. Ellos son los encargados de servirle a diario la comida y tienen la responsabilidad de evitar que Garavito sea envenenado.
— Coronel no considera usted inseguro sacarlo a pasear por donde transita tanta gente.
“No, desde que no haya por ahí ningún niño no le veo inconveniente, lo sacamos al sol y no pone problema por nada”, me aseguró confiado el director, mientras conversábamos sentados en su oficina.
Es asombroso como Garavito se ha ganado poco a poco la confianza de quienes lo rodean, igual como lo hacía con cada una de sus víctimas.
Tanta cordialidad y buen comportamiento es un peligro latente. Yo no lo dejaría acercar a un ser humano con vida — pensaba — Y de ello me convencí al hablar con él ese día, pues en algún momento me dijo:
Yo no he confesado muchos crímenes que hice, porque no me han dado las garantías, yo he matado y mandado matar a mucha gente, cuando tenía el bar El Dino en Cartago; esos finados no eran ningunos niños.
Es decir, según esta confesión extrajudicial Garavito mismo ha matado y mandado matar a adultos que no le caían bien, y puede volverlo a hacer en la misma cárcel o en un plan de fuga. Después de comunicarle mi interés en hablar con él, siendo, además, su única visita de aquel sábado, el coronel me contó, camino a su celda, que Garavito había pedido traslado para la cárcel de Armenia y le fue negado: “Aunque él se porte bien, no deja de ser un riesgo tenerlo aquí, la incomprensión de los otros internos da para que lo maten.”
Mientras caminábamos hacia la puerta del penal, el director de la cárcel me decía que desde cuando aquél está preso, las únicas personas en visitarlo son algunos evangélicos.
Eran las 9 de la mañana cuando llegamos al remedo de celda. El coronel, con voz fuerte, lo llamó:
— Garavito, aquí está el periodista que vino a verlo; sargento, abra el candado.
Apartó la cortina tímidamente y apareció detrás del marco de la ventana, alguna vez con vidrios, hoy sellada, a manera de reja.
Al tenerlo frente a frente me impactó su aspecto, es otra persona; el Luis Alfredo Garavito que Colombia y el mundo conocieron tenía bigote y un tono de piel trigueño. Hoy usa unas lentes con marco de pasta roja, iguales a los que alguna vez dejó en la escena de un crimen, su piel tomó su color natural, tez blanca y sus ojos se veían más verdes de lo que yo imaginaba. Rápidamente le estiré la mano y lo saludé:
— Buenos, días Alfredo.
El saludo era muy importante, por cuanto odia que lo llamen Luis Alfredo, porque así lo llamaba su padre.
— Cómo le va periodista, ¿qué lo trae por acá? — me preguntó
— Quiero que conversemos un rato y nos tomemos un café.
— Bien, entre “murmuró”.
Trataba de no pensar en lo que sabía sobre él, para lograr una percepción real del otro Garavito, el hombre en extremo amable y servicial. Mientras él preparaba el tinto instantáneo, servía el agua de un botellón, le ponía las cucharadas de café y éste se diluía, yo pensaba:
En la confesión se le escuchó decir que torturaba, violaba y asesinaba los niños porque sentía un inmenso placer al hacerlo, sin embargo jamás admitió que sólo alcanzaba la erección y el orgasmo si golpeaba hasta la muerte a sus víctimas, en medio del coito contra natura.
Esto hace parte de su intimidad, según él. Quizá jamás lo reconozca, pero la verdad es simple y espeluznante; satisfacer su sed de sexo y sangre era la razón de fondo de su proceder.
Culpar al resto del mundo es su gran justificación y adjudicar sus actos a una fuerza del mal que lo domina es buscar en lo espiritual una explicación a un comportamiento terrenal, con el único fin de evadir su responsabilidad ante una sociedad profundamente cristiana.
No ha de olvidarse que su mayor habilidad, aparte de matar, es mentir, manipular y su odio se manifiesta aniquilando a quien lo humille o lo ofenda.
Después de una breve charla de presentación, me preguntó:
— Ahora si dígame, de verdad, ¿para qué vino a verme?
— Yo soy escritor, y la muerte de los 192 niños que usted asesinó, me impresionó mucho. Quería conocerlo para decidir si escribo un libro sobre el tema. Para mí es claro que no se puede escribir sobre usted sin conocerlo.
— No sólo sin conocerme, sin que yo explique qué fue lo que sucedió — repuso.
Fue ahí cuando quiso desvirtuar la confesión consignada en 500 folios. Sin embargo, para mí era la principal fuente, su historia contada en primera persona esencia para escribir este libro. Su voz, sus gestos, su mirada, su razonamiento me eran también valiosos, como los 4500 folios que había leído con mis dos asistentes de investigación o las decenas de entrevistas a fiscales y testigos.
En la búsqueda del buen periodismo uno intenta entrevistar a la persona y siempre espera descubrir algo más de su esencia como ser humano.
A pesar del malestar que me causaba estar frente al asesino de niños más grande de América Latina o del universo, me contuve he hice mi trabajo. Yo solo frente a ‘la Bestia’ asesina.
Poco a poco me fue insinuando el pago de unos veinte mil dólares si yo deseaba grabarle una entrevista o por lo menos cuarenta millones de pesos. A cada instante citaba publicaciones o canales de televisión que han divulgado el caso y reclamaba:
Cuentan mi historia, ¿y yo, qué? Si usted y yo llegamos a algún acuerdo, yo tengo una persona afuera a la cual usted le puede consignar el dinero.
En ese momento decidí que no se le debía dar un solo peso a Garavito; además, me iba encargar de advertir que quien lo haga, quien le dé cualquier dinero por su historia, Le estará colocando un revolver en la cabeza a los fiscales e investigadores de Armenia y Pereira, a quienes hoy él odia profundamente. Garavito con dinero y mínimas medidas de seguridad es un peligro mayor. Gigantesco para esta sociedad tan pasiva e insolidaria.
Para justificar aún más mi presencia allí, le dije que comentaría su deseo en la editorial. En ese momento se inclinó y sacó de debajo de la cama una piedra con algunos bordes puntiagudos, la acercó a mi rostro, me miró y me dijo:
“Esta piedra la tengo aquí para todos aquellos que me humillen o me traten mal, como lo hizo Jesucristo cuando apedreaban a Martha, les diré a mis detractores: aquí está la piedra, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Sentí miedo y aunque logré no evidenciarlo, de mi mente no se apartó la imagen del hombre astuto y en extremo precavido que tenía al frente, el mismo que escogió a sus víctimas de manera cuidadosa, actuando con premeditación, hasta cuando fue detenido. Nunca se relacionó con el mundo del hampa y es más inteligente que la mayoría de los criminales. De ahí la dificultad para capturarlo.
Para perseguir a delincuentes como él, en Norteamérica y también en Europa y, Rusia, se han conformado equipos de investigadores especializados, un grupo de expertos en psicología criminal que buscan los patrones de comportamiento del psicópata, para descubrir la construcción de su ruta asesina.
Un grupo como éste no existía antes de Garavito, ni existe aún en Colombia, a pesar de saber que entre nosotros puede estar gestándose un asesino igual o peor. Desde principios de siglo existen agentes especializados en capturar asesinos en serie, quizá la primera fuerza especial nació a partir del gran fracaso de la Scotland Yard, al no poder capturar al más famoso de todos los asesinos: Jack, el Destripador.
Además de asesino en serie, Luis Alfredo Garavito se camufló como panadero, vendedor ambulante, empleado de supermercado, tuvo heladería, fue falso monje misionero, enfermo lisiado, administrador de restaurantes y bares, adivinador y limosnero.
Pero en lo único que ha sido constante y exitoso, dentro de su distorsionado pensamiento, es en sus facetas de violador, torturador y asesino en serie. Sólo dos de sus víctimas lograron escapar con vida.
Únicamente pudo ser profesional en algo infame, pero lo fue, hasta el punto de hacerlo durante 19 años sin fracasar, como le sucedió en todas sus demás empresas.
Dentro de la cultura occidental, individualista por naturaleza, en la que para alcanzar el éxito en cualquier actividad se vale casi todo y se es premiado con la fama. Garavito había alcanzado poco a poco un lugar, maldito, pero un lugar. Llegó a ser una estrella fatal en los medios de comunicación masivos.
Gran parte de sus crímenes fueron registrados y, en medio de su gran cúmulo de frustraciones, él se sentía importante cada vez que veía cómo sus actos eran registrados en primera página.
Su obsesión por recibir reconocimiento lo llevó a convertir en fetiche cada artículo de prensa que sobre él o sus actos se publicó. Los guardó durante años cual trofeos.
El interior de su celda permanece muy ordenado y limpio; las cuatro paredes están forradas con cuartillas en blanco sobre las cuales ha escrito innumerables frases extraídas de la Biblia, o sólo nombres de personajes mundiales, desde Pinochet hasta la madre Teresa de Calcuta, pasando por Diana de Gales.
Dice admirarlos y por eso estampó sus nombres allí. En ese momento le pregunté por contactos con Graciela Zabaleta, su ex mujer, pues me enteré de su viaje a la costa. De inmediato, Luis Alfredo Garavito empezó a llorar y me dijo: Ellos son los seres que yo más quiero en el mundo, yo sé que ya no me quieren ver pero me gustaría poder verme con ellos y pedirles perdón. Minutos más tarde, después de secarse las lágrimas, me preguntó cínicamente:
— Qué piensa usted de la forma en que yo lloré, lo conmovió.
Evadí la respuesta y solo le comenté que todos los seres humanos tenemos nuestras formas de expresar los sentimientos. Pero me quedó claro su recurso magistral de impresionarme con sus lágrimas de cocodrilo.
Su ruta asesina comenzó el 4 de octubre de 1992 y terminó el 21 de abril de 1999. Cuando lo capturó un sencillo pero responsable Cabo de la Policía sin saber que era el mayor asesino de niños del continente. Durante esos años violó, torturó y decapitó 192 niños de extracción social humilde. Pero para llegar a matar de esa manera, ya había hecho mucho daño, y se le podría catalogar en sus inicios como un cruel violador en masa.
Luis Alfredo Garavito Cubillos, alias “el Mendigo”, “el Monje’“el “Cura”, “el Loco”,”Tribilín”, “Conflicto”,“Alfredo Salazar” o “Bonifacio Morera Lizcano”, violó y torturó entre 1980 y 1992 más de 200 niños.
Entre octubre de 1992 y enero de 1997, cuando se le libró la primera orden de arresto, acabó con la inocente vida de 100 menores, y entre el 13 de enero de 1997 y el 21 de abril de 1999 logró matar a otros 92 pequeños, todos hombres, de tez blanca, la gran mayoría con edades entre los 8 y los 14 años, por lo general menores, niños trabajadores bien parecidos.
Es egocéntrico, ordenado en extremo, pulcro y vanidoso, al punto de que dos días después de comenzar la indagatoria pidió el periódico y sorprendió a todos con una inesperada frase.
Cuenta César Arenas, investigador del CTI, que al mostrarle la primera página del periódico evidenció su molestia. El funcionario consideró esa actitud producto del titular:
“Bestia asesina 192 niños” pero no, Garavito se perturbó por algo muy distinto: “ah… salí muy despeinado en esa foto… “, dijo con cinismo al ver el diario.
En la misma silla donde yo estaba sentado, la fiscal Ofelia Corzo realizó las dos últimas ampliaciones de indagatoria. Al llegar a la celda advirtió al guardián que el vidrio de la ventana de Garavito se había roto, pero no se le ocurrió pedir requisas del lugar del cautiverio, previendo esconder allí un arma corto punzante. En la mitad de la indagación Garavito recogió un pedazo de vidrio que se encontraba debajo de la mesa y apuntándose al cuello, mirando fijamente a la fiscal dijo:
“Este vidrio está bueno para .. . “Luego lo desplazó a pocos centímetros de su cuello. Confiesa la doctora Corzo haber sentido en ese instante pánico, supongo igual al que padecía yo cuando me puso la piedra en la nariz. Comenta ella haberle dicho:
“Señor Garavito, si lo va a hacer, no creo que se le ocurra aquí, usted es una persona muy pulcra y no va a dejar su reguero de sangre; si insiste hágalo en el baño, allí sí no ensucia nada”.
Después de 22 días de confesiones, la fiscal sabía como tratarlo.
Luis Alfredo Garavito es uno de esos casos extraños en el universo de los psychokillers o asesinos en serie. Es psicópata, sicótico, y estuvo a un paso de convertirse en un spreekiller, o asesino que mata a varias personas en sitios distintos en un lapso breve de tiempo.
Como el mejor de los psicópatas, planeó de manera minuciosa su estrategia asesina, estudió fríamente a sus víctimas y las despojó de sus características humanas; “cosificaba” los menores, convertía a cada niño en una cosa con la cual satisfacer sus deseos de sexo, venganza y sangre, por encima de cualquier consideración moral o social.
De manera extraña, y a diferencia de los psicópatas clásicos, él sí sufría remordimientos y profundas crisis por cada asesinato cometido, convirtiéndose, también, en un sicótico: se emborrachaba y entraba en graves estados de paranoia y esquizofrenia, su visión de la realidad se distorsionaba y se veía impulsado a matar a sus víctimas en medio de sus alucinaciones. Horas más tarde retornaba a la lucidez, para ser invadido por el remordimiento.
Fuera de la indagatoria y de manera informal, Garavito también confesó su deseo de convertirse en un asesino en masa, similar a los niños pistoleros que han masacrado a sus compañeros en las escuelas estadounidenses, o igual a aquel excombatiente de Vietnam que nunca olvidara Colombia:
Campo Elías Delgado, quien disparó en contra de su madre, la incineró, asesinó varias personas en su edificio y después masacró en el restaurante italiano Pozzetto de la carrera séptima con calle 61 de Bogotá a 20 comensales, no sin antes tomarse varios ‘destornilladores’ (vodka con zumo de naranja) y comer su pasta preferida acompañada de dos botellas de vino tinto.
Garavito en su confesión afirmo: Llegó un momento en el que me aburrí de asesinar niños, por lo fácil que era seducidos y llevarlos hasta un lugar boscoso donde los mataba.
Me estaba preparando para hacerlo con adultos… yo quería secuestrar a un montón de personas para matarlas ante los periodistas, así me mataran a mí después…
Este era el final que Luis Alfredo Garavito quería darle a su vida, lo estaba planeando y ya comenzaba a desearlo de manera obsesiva en lo más profundo de su compleja mente.
Al conocer el macabro show que quiso montar para cerrar su carrera asesina, se despierta aún más el deseo de escudriñar, ir al principio, preguntarse dónde comenzó todo, conocer la verdad sobre su infancia y saber por qué y cómo se fue formando “la Bestia”.
El 13 de diciembre de 1999 fue dictada la primera y única condena proferida a Luis Alfredo Garavito Cubillos.
El Juez quinto penal del circuito de Tunja lo sentenció a 52 años de cárcel por el delito de homicidio agravado contra el niño Ronald Delgado y acceso carnal violento en el grado de tentativa por el caso, motivo de su captura.
La máxima pena establecida por el código penal colombiano es de 60 años. Garavito de manera astuta, al verse acorralado confesó sus delitos y se aseguró de que quedara consignada en la indagatoria su petición de sentencia anticipada, la cual se tradujo en la primera pena mencionada.
Así los familiares de las demás víctimas quisieran verlo pagar los 60 años completos, o mejor, la sumatoria de los otros 191 asesinatos, que alcanzaría para unos 1.152 años, eso no es posible.
En Colombia la ley no permite acumular penas y a un sindicado sólo se le puede aplicar la máxima sanción establecida en el código penal. Para el mismo crimen. Sin importar la gravedad de los crímenes el delincuente puede conservar los beneficios.
En otras palabras, en Colombia es lo mismo matar 1 ó 192 niños indefensos.
El psicópata más peligroso en la historia de Hispanoamérica ya goza de la primera rebaja de pena, y lo increíble pero cierto consiste en que la condena puede reducirse aún más si Garavito estudia, trabaja, enseña o escribe un libro tras las rejas.
Si esto sucede, la ley actual obligaría al juez a concederle la libertad condicional dentro de 25 a 30 años, beneficiándolo con una rebaja de la mitad de la pena o más. Para ser exactos, “la Bestia” podría salir de la cárcel a los 68 ó 70 años de edad.
Por esta razón, el hoy supuestamente arrepentido Luis Alfredo Garavito Cubillos tiene la intención de abandonar la prisión más pronto de lo que muchos quisieran. En la de salir muy pronto de la cárcel del distrito en Villavicencio, donde continúa recluido:
(Sic) Señor juez quinto Penal del Circuito De Tunja. Yo Luis Alfredo Garavito Cubillos Con Cedula numero 6511635 de Trujillo Valle. Sustento ante ustedes el recurso de apelación Contra la condena que se me notificó el día miércoles 12 de enero del presente año, para que principalmente se me tenga en cuenta la reducción de pena por confesión que ayudó a su despacho a aclarar el caso.
Hay que tener en cuenta que por muchos factores el promedio de vida en el momento actual es de 70 años; tengo 43, más 52 años de condena serían 95 años que sería una cadena perpetua; según tengo entendido en nuestro país no hay cadena perpetua; eso es lo que más he pedido, un trato humanitario y formas de rehabilitarme, de poder ser alguien en la vida ya que la vida y las personas y desde el vientre de mi madre siempre se manejaron muchas cosas, si a mí se me hubiera brindado afecto, cariño, orientación desde niño y más adelante cuando fui adulto; si no hubiera sido por los traumas de mi infancia y muchos hechos dolorosos que siempre me rodearon, había podido realizarme como un ser humano, como lo que mandó Dios, dejarás a tu padre y a tu madre y formarás tu propio hogar y tendrás tus propios hijos, eso fue lo que siempre anhelé, tener una esposa unos hijos y ser alguien en la vida, sirviéndole a la familia, a la sociedad y al estado, sin causarle daño a nadie.
Siempre desde niño tuve muchas frustraciones, todo me salía mal, yo fui un hombre bueno, sufría y me daba mucho dolor cuando los demás sufrían. Había algo que me acontecía, no sé, que repasaba era algo extraño que me obligaba a ser esto y embriagarme y cuando volvía a mi estado normal yo sufría terriblemente porque yo a nadie le podía contar qué era lo que me pasaba, que era algo extraño y terrible; mas nunca me metí con los hijos de mis amigos y de la gente que era buena conmigo, yo los respetaba, antes los aconsejaba al bien, los veía como si fueran mis propios hijos, mas la señora que compartió el techo conmigo al hijo de ella yo lo quería como si fuese un hijo mío, nunca lo irrespeté ni con mi pensamiento, yo no veía la forma de yo salirme de esto tan terrible, es algo que yo no sé explicar, mas nunca pensé hacerle daño a Ronald Delgado Quintero; lamentablemente se apareció cuando yo estaba bajo ese estado; y a las circunstancias como lo maté me vengo a enterar cómo fue que quedó el cuerpo y pasa, seis meses después, estando en Pasto donde decía en la revista Vea, donde decía una cantidad de calificativos y también que me daba de cuarenta a años de prisión.
Apelando a su condena le envió una carta de su puño y letra a Francisco Díaz Torres, juez quinto penal del circuito de Tunja. Allí, el asesino que nunca tuvo clemencia con los niños, hoy implora un trato humanitario y revela su serio interés:
Yo pensaba que si me entregaba a mí me mataban, entonces ahí fue donde decidí cambiarme de nombre y estar en la clandestinidad, a mí me faltaron fue oportunidades, falta de orientación y haberme encaminado por la senda del bien. Personalmente pienso como decía el apóstol San Paulo en Romanos, capítulo 7, versículo 15, porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Aparezco como un ser diabólico, despiadado y malvado pero eso no es así, soy un ser humano que sufrí terriblemente y sigo sufriendo y que muchos factores fueron los que me abocaron a tan terrible situación y que hay que entrar a analizar.
Hoy bajo otros parámetros que me encuentro sé el daño tan terrible que hice sin querer hacerlo, mas no con esto que estoy diciendo estoy pidiendo la libertad, sino una rebaja en la pena y unas condiciones humanas, que yo la pueda pagar y no por el contrario me acaben de destruir y de hundir más.
De la atención que preste a ésta le quedo altamente agradecido. Luis Alfredo Garavito Cubillos. (sic)
En pocas páginas comienzan a sobresalir los rasgos más profundos del desequilibrio mental, el poder manipulador y la doble personalidad de Garavito.
Después de leer su carta de apelación, quien no conociera a “la Bestia” y lo que hizo con cada una de sus 192 víctimas, podría pensar en atender sus reclamos y otorgarle algún beneficio tras las rejas, admitiendo que quien sufre una violación se convierte fácilmente en un violador o un pederasta. Y que el maltrato sufrido cuando era niño es la razón de su accionar violento cuando llegó a ser un adulto.
Pero Luis Palacios en su libro Pyscokillers, Anatomía de un asesino en serie, despeja con una reflexión de fondo las dudas que despiertan los psicópatas al mostrarse como corderos arrepentidos:
“El error en el que está cayendo Occidente es creer demasiado en sus propias mentiras. ¡El hombre es bueno por naturaleza! De la herencia de tantos y tan grandes pensadores sólo se ha escogido a Rousseau, gran hipócrita ganador en la batalla perdida de la ilustración, sin prestar atención al sabio relativismo de Voltaire o las oscuras advertencias del Marqués de Sade. Todo pensamiento que rige hoy las democracias occidentales parte del ideal de que el hombre llega a la vida puro y en blanco, y que es sólo el condicionamiento exterior el que lo convierte en un futuro asesino. Científicos e investigadores se hallan cada vez más cerca de demostrar precisamente lo contrario. La violencia, la agresividad sexual, el instinto asesino, como muchas otras cosas, forman parte de nuestro acervo genético. La sociedad fue creada no porque el hombre sea bueno por naturaleza, sino por todo lo contrario… La sociedad es la única manera de controlar al criminal. Pues ambos, criminal y víctima, son el mismo: nosotros”.
Desde el 28 de octubre de 1999, día en el que fue presionado para que confesara, Luis Alfredo Garavito se ha mostrado como producto de su terrible infancia y ha manifestado su profundo arrepentimiento, pero sólo después de verse cercado por investigadores y fiscales.
Por esto es considerado clínicamente un mentiroso patológico, que desconoce en su accionar el significado moral o social de términos como el bien y el mal.
El de Garavito no es un caso como el del asesino psicótico y fetichista norteamericano Charles Herirens, quien comenzó robando los interiores de las mujeres que atracaba y terminó matándolas a cuchilladas. Cuando fue consciente de encontrarse por momentos fuera de sí, asesinando personas inocentes, dejó un mensaje escrito con el lápiz labial de su víctima:
“Por amor de Dios, deténganme antes de que vuelva a matar. No puedo controlarme…”
Mi conversación con Luis Alfredo Garavito terminó después de hablar ocho horas sin parar. Eran las cuatro de la tarde cuando me despedí y con la amabilidad que lo caracteriza cuando esconde “la Bestia” que lleva por dentro, se despidió y me invitó a convertirme en su amigo y regresar a la cárcel para conversar.
Le dije que volvería, convencido en mi interior de no hacerlo nunca jamás.
Entonces, me acerqué a .la ventana y grité: ¡sargento! Nadie aparecía, estaba a merced de Garavito; entonces llamé con mayor fortaleza. En ese momento me insistió en dejarle mi pequeña cámara fotográfica herramienta vital de mi trabajo más bien le susurré, tomarnos una foto juntos para registrar este encuentro. Sin dilación exclamó: ¡Cómo se le ocurre, hay que hablar primero de dinero! No insistí.
Entonces grité más fuerte: ¡guardias! Aquellos instantes parecieron eternos, mientras Garavito me insistía en dejarle la cámara.
Su rostro denunciaba alguna molestia y nada que llegaba el sargento. Sólo pude descansar cuando el guardia abrió el candado. Pocas veces en mi vida de periodista he sentido tanto miedo.
En el pasado he entrevistado, guerrilleros, delincuentes, paramilitares con el temor normal, pero convencido de la existencia de una ética de bandido, que se respeta. Pero Luis Alfredo Garavito se sale de las normas humanas y en cualquier momento podría disgustarse conmigo y terminar matándome con sus manos.
Al despedirme de él y abandonar la celda caminé hasta la puerta, salí de la cárcel y no sé por qué recordé a una de sus niños víctimas, Ronald Delgado Quintero.
Tal vez porque en su muerte, como en la de 191 niños más, jamás se sabrá con exactitud qué hacía Garavito con sus víctimas en la escena del crimen. Lo conocido, viene del resultado de los análisis forenses de los cuerpos, más que por testimonio del asesino.
Cuando quise profundizar sobre el verdadero por qué y para qué de sus asesinatos, Garavito, me habló a medias, pero por fortuna de las manos inmisericordes de “la Bestia” lograron escapar dos niños, John Iván Sabogal, de 12 años de edad, quien se salvó sin recibir un rasguño del asesino y dio origen a su captura, y Brand Ferney Bernal Álvarez, de 16.
Su testimonio es el más escalofriante que se haya relatado sobre el ritual asesino de Luis Alfredo Garavito Cubillos. Brand Ferney logró desamarrar las cabuyas que lo ataban de pies y manos, después de ser accedido carnalmente, golpeado sin descanso y apuñalado siete veces.
El aún no se explica de dónde sacó fuerzas para correr, salvar su vida y poder volver a su trabajo, su única pasión en aquellos años: Entrenar a un recurrente personaje de la literatura latinoamericana de los años 60, el gallo de pelea.
Fin Introducción libro: 192 Niños Asesinados, Confesión y Captura de Luis Alfredo Garavito. El Gran Fracaso de la Fiscalía
Mauricio Aranguren Molina — Mayo, 2002 (Editorial Oveja Negra)